sábado, 18 de diciembre de 2010

EL PISO DONDE CRECÍ (y el patio donde me crié)

Hace unos días y sin saber por qué, me entró una nostalgia de aquellos días en los que era un niño y no tenía mayor responsabilidad que la de jugar y disfrutar al máximo de los largos días del verano andaluz. Por un momento intenté trasladarme con la memoria a aquellas largas partidas de Tute o a los no menos largos baños en la piscina más fría en la que me he bañado en mi vida. Por suerte, en el piso donde crecí teníamos un patio comunitario en el que los niños, jóvenes y mayores hemos disfrutado hasta reventar (literalmente algunas veces).
Recuerdo que a las 10:30 o 11 de la mañana lo más tarde ya estaba llamando a la puerta de mi amigo Juan Pablo para salir al patio, pillar una mesa (la cual no soltábamos ya hasta bien entrada la madrugada) y comenzar con las partidas de cartas. Conforme iban pasando las horas se iban uniendo a la partida mis dos hermanos, Raúl (el hermano de Juanpa), Joaquín "El Grande" (apodado así porque tiene el mismo nombre que mi hermano y él era el mayor de todos los que por allí nos juntábamos), Macarena y María Luisa (también hermanas), los tres hermanos Jaime, José, y David, y a veces también Nani. No me olvido de Cortijo, pero realmente él se iba a pasar los veranos a su chalet y no solía estar por el patio en esta época.
Como ya he dicho, pasábamos el día entre partidas de cartas, baños en la piscina e interesantes charlas. Vaya, a mí me parecieran interesantes entre otras cosas porque yo era el más joven de este grupo tan numeroso que he nombrado.
Llegaba la noche y el patio parecía cobrar más vida aún si cabe. Los adultos (vamos, nuestros padres) se salían a hacer lo que nosotros, entretenerse. Eso sí, ellos con cerveza en mano y correspondientes tapeos o bocadillos para cenar. Y nuestras madres (que son unas santas) preparándonos la cena para sacarla al patio y que cenáramos con nuestros amigos.
Y después de la cena solían llegar las charlas más interesantes y largas. Y ¡me acabo de acordar!, de los paseos que dábamos al parque todos juntos para sacar a Roco, un husky siberiano que tenía Joaquín el grande y que era un perro más que fabuloso (tanto por carácter como por bonito). Cuando volvíamos del paseo, no podíamos jugar a las cartas puesto que a las 12 de la noche se apagaban las farolas (sólo quedaba una encendida para que por lo menos viéramos un poco) y había que respetar un silencio para facilitar el descanso de mucha gente que a esa hora ya dormía y cuyas ventanas daban al patio. Raro era el día que nos acostábamos antes de las 3 de la noche. Recuerdo perfectamente como cuando querían hablar de algo que por mi edad no era conveniente que yo me enterara, empezaban a hablar de cosas paranormales (a las que les tengo mucho respeto) para que por mi propio pie cogiera y me subiera a mi casa a dormir (cagao de miedo).
Y bueno, por suerte para nosotros y nuestros padres, este grupo de chicos que nos juntábamos era bastante sano y en el patio estábamos muy controlados, lo que nos facilitaba a nosotros la diversión y a nuestros padres poder despreocuparse durante la gran mayoría del día de los problemas que acarrea la calle.
Me resulta imposible poder relatar todas esas sensaciones que vienen a mi memoria cuando me acuerdo del patio en el que me crié, pero lo he intentado un poquito y espero que me hayáis entendido. Hoy por hoy, en ese patio no queda casi nadie de los que por entonces estábamos (nosotros, por ejemplo) y no sé si a los demás les pasó como a mí, pero cuando mis padres compraron el piso donde ahora vivo y por lo tanto anunciaron que nos mudaríamos, no pude evitar que ante tantos recuerdos se me cayeran un par de lágrimas.

1 comentario:

  1. Que bonita tu entrada = )!!! Que lindo es recordar nuestra infancia y lo que solíamos hacer!!! Saludos!

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