
A mis 26 años recuerdo como si fuera ayer el día en que comencé a ir al colegio. Tengo grabada la imagen de mi madre bajandome de la mano a la puerta del parbulario donde la que sería mi profesora durante los dos primeros años de escuela preguntaba al escuchar la sirena: ¿Quienes son mis niños?
Recuerdo como ese día conocí a mucha gente que durante gran tiempo de mi niñez fueron grandes amigos, incluso uno de ellos sigue siendo hoy amigo (aunque en los últimos años la relación está un poco más fría).
Fueron pasando los años y sin quererlo ni saber por qué le iba tomando un cariño especial a ese colegio. Sí que es verdad que quizás se dieran las circunstancias idóneas para que así fuera: estaba rodeado de buenos amigos, el colegio tenía grandes instalaciones en un buen entorno natural y el profesorado era simplemente excelente. Tengo un gran recuerdo de todos y cada uno de los maestros que allí me dieron clase, salvo de uno que era un capullo absoluto.
Uno de estos maestros fue (o mejor dicho es) una de las personas que mayor influencia ha ejercido en mi vida. Si un día decidí que quería dedicarme a la docencia en parte fue después de ver su forma tan particular de dar clase y enseñar a sus alumnos. A parte de repartir sabiduría, también es una de las personas más buenas que he conocido. Y también otra maestra que hoy por hoy y a partir de ser tutora de mi hermano, es una gran amiga de la familia.
Recuerdo con cierto sabor agridulce el día que me fui del colegio. Era motivo de orgullo porque eso quería decir que seguía adelante en mis estudios, pero a la vez dejaba atrás lo que había sido como mi casa durante nueve años que jamás podré olvidar. Además era triste pensar que encima muchos de los que eran tus amigos irían a un instituto diferente al tuyo y nos vivirías el día a día con ellos con la misma intensidad.
También hay que decir que uno de mis mejores amigos lo conocí en el colegio y compartimos un curso en la misma clase. Y después seguimos juntos en el instituto, con otros tantos que también son amigos de los que siempre gusta encontrarte.
Bendito colegio, vaya, en el que eché mis raíces, aprendí a ser persona, conocí a buenos amigos y grandes profesores y personas, y en el que me dieron una educación de la que mis padres siempre han estado orgullosos (por lo tanto yo también).